miércoles, 9 de diciembre de 2015

Materiales.

Estas líneas que escribo, eran en principio una novela. La intención de llevarla a cabo fue, en su momento, mi interés en lo que se denomina Derecho Consuetudinario o quizá Derecho natural-puede que un híbrido entre las dos-. La no ejecución de tal obra, además de por el calibre y tiempo inspirado (del que realmente dispongo a duras penas) fue, finalmente por mi desconocimiento total sobre lingüistica y logopedia, que eran, además del derecho ya mentado, parte fundamental para la satisfacción de la empresa pretendida. Y, para finalizar esta explicación, tan innecesaria para mí, como necesaria para quien lo lea, decir: Si alguien que lo lee se ve capacitado para obtener una novela de dicho relato aquí expuesto, que no me falte al honor, y en su plagio, lo haga con maravillosa literatura. Dicho lo cual, prosigamos.


Imaginaos ahora, como imaginé yo en el momento en que empecé a maquinar la obra, un gran destello de luz, total, que abarcara la totalidad de lo que conocemos como planeta Tierra. Tras aquel destello fugaz, de tan sólo unos segundos, he de decir que producido en nuestro tiempo: S. XXI, cayéramos todos al suelo, aturdidos. La totalidad del planeta golpeada por una suerte de colapso desconocido. Ciencia ficción, sí. Quiero hacer hincapié en totalidad: Todo humano se vería afectado por las consecuencias, cada uno, hasta la suma de todos. Tras ese destello, el cerebro humano se vería sumido en una amnesia irreductible. Una amnesia, consideremos a grosso modo, sana. Las capacidades cerebrales de cada uno totalmente iguales a la situación  pre-destello, por llamarla de alguna manera. Sin embargo, sin recordar el habla, sin reconocer siquiera las personas fundamentales en las que se basaba su vida. Nada. Para mayor comprensión, un reseteo, una mente a cero.

¿Cómo se levantarían esas personas entonces? Aclaro, sus cinco sentidos estarían totalmente intactos. ¿Como se mirarían las parejas que veían la televisión en ese momento?, las familias reunidas en la cena. La gente de los continentes y países más paupérrimos observando la tierra salvaje que les pertenece. Mirandóse, en todos los ámbitos sociales a la cara, extrañados, por no saber mediar palabra ni que están haciendo allí. Sin saber siquiera que son extraños. Como descubrirse ante la tecnología, y ver emisiones televisivas sin saber de donde nace aquello. Encontrar la lavadora funcionando, y fotos y más fotos. Descubrir tu móvil y sus cientos de mensajes, sin capacidad para comprenderlos. Visualizar los coches, metros, trenes, aviones y no saber que hacer con ellos. Erguir la vista hacia un rascacielos y que resulte incomprensible. Y visto desde fuera estaría seguro, no por el cariño de que hubiera sido yo mismo el escritor, sino por la capacidad de raciocinio humano, que hubiéramos vuelto, quizá con lenguajes diferentes. Mentalidades muy distintas. Y esa familia, que se miraba despavorida durante la cena, tras reflejarse en un espejo, y mirar aquellas fotos cargadas de sonrisas hubieran comprendido que es lo que sentían. Tras un tiempo, hubiéramos redescubierto el porqué de los vehículos, y como los habíamos conseguido. Porque al final, la tecnología no es nada, sin embargo, la razón humana, es básicamente todo. Porque la razón es el propio inicio. Porque: Pienso, Luego existo. Por lo tanto, y esta fue mi pretensión primordial, era ver que realmente la tecnología no es nada. Solemos decir, es que todo ya lo hace una máquina, pero sin nosotros, hubiera sido imposible. Imaginaos que esa familia fueran máquinas, no podrían darse cuenta de lo que suponen el uno para el otro. Somos humanos, y los humanos, además de pensar, sienten. Y quizá si no sintiéramos seríamos tristes colmenas. Pero lo más importante de esa novela, era, que al salir a la calle aturdidos e incluso aterrados, con dificultades para andar, el rico ya no era rico, el pobre ya no era pobre, el indigente ya no era indigente, en cambio, todos buscaban ayuda en quien fuere, por una vez en la vida, sin distinción...

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