sábado, 8 de febrero de 2020

Separación de bienes.

‹‹Son increíbles las cosas que uno sabe en el borde de la urgencia: una templanza particular enlazada con la desesperación››

                   MALÉN DENIS.

 ‹‹Imaginemos a una mujer que al volver a casa sorprende a su marido inspeccionando con un palito su propia mierda››

                   ANTONIO OREJUDO.

Tú tenías los ojos muy abiertos y tu sonrisa, ahora, la recuerdo maligna, aunque dudo que fuera así en aquel momento. Recuerdo que leí a John Cassavetes decir en su biografía que, si un director cedía lo mínimo ante un productor, la identidad de la película estaría comprometida. En realidad, estaba hablando de los juegos de poder. Después de tantos años casados, pensamos que teníamos que reavivar la llama, encontrar algo que nos hiciera despertar como conjunto. Por eso cedí aquella vez. Pero en realidad yo no quería. Cuando te recuerdo en cuclillas —ambos estábamos completamente desnudos—, haciendo caca en el mármol del patio y cuando me recuerdo a mí cogiendo uno de tus zurullos, aún templado, me cuesta creer que reuniera el valor para hacerlo. Te veo eyaculando con la cara desencaja mientras yo sostenía la caca en las manos. Pero lo peor fue luego. Eso tan sólo fue el principio y al menos tuviste la decencia de limpiarlo tú. Simplemente me lavé las manos y dije Ya está, ahora ha desaparecido. Luego todas nuestras conductas sexuales se transformaron en decisiones tuyas. Adquirir un rol de sumisión no me molestó. Me molestó que yo no tomé ninguna decisión al respecto. Después del episodio del zurullo simplemente era así. Luego vino lo de esa mujer que trajiste a casa. Tú quisiste que yo mirara y yo miré, pero cuando ella y yo quisimos interactuar, tu pasivo agresividad creó una atmósfera demasiado incómoda y ella se fue un poco nerviosa. Me produce escalofríos pensar en que yo no me daba cuenta. Los ejemplos se iban sucediendo uno tras otro y yo accedía a ellos automáticamente. Que me apagaras el cigarrillo en la espalda mientras cocinaba me hizo saltar las alarmas. Tú jamás te hubieras comportado así. En veinte años siempre supimos solucionar las cosas mediante un diálogo profundo. Cuando me tocaste el cuerpo y me besaste con violencia después de lo del cigarrillo tu aliento a tabaco y café solo me produjo náuseas. Esa noche comentaste que te habías pasado. Cuando lo dijiste yo fui consciente de que no te había dicho nada al respecto y eso era intolerable, pero me callé. En nochebuena me pediste que insultara a Maite y Daniel y yo lo hice. Me fui al baño a llorar. Ellos no nos volvieron a llamar en muchos meses, casi un año. Desde el episodio de la caca recuerdo mi vida de manera extraña, como si se tratase de un sueño en el que piensas Esto no es un sueño, y te alivia despertarte. Ayer dijiste que hoy sería La Gran Noche, que celebraríamos por todo lo alto la renovación de nuestra relación. Comentaste algo que me asustó mucho: como colofón yo te partiría las articulaciones. Suelo desear que lo que ocurre, en realidad, es que estás endemoniado o alguien te ha echado una maldición. No creo que sea así, lamentablemente. Creo que eres tan tú como lo eras cuando te consideraba la mejor persona que había conocido jamás. Querría, con todas mis fuerzas, ayudarte, ayudarme, romper esta barrera extraña y tratar de hablar esto. No puedo. Sé que no podré. Que caeré bajo tus ordenes y te partiré las rodillas y las muñecas y los codos y los tobillos y eso no puede suceder, porque me moriría luego al verte destrozado. Espero que el hecho de que me haya ido y leas esta carta te haga despertar. Signifique lo que signifique eso. Yo me marcho. Sin duda, es lo mejor. Al final la separación de bienes nos va a venir bien.

domingo, 2 de febrero de 2020

Carretera


La maraña de luces en la noche ofrecía la ciudad, a lo lejos, como una postal preciosa y tranquilizadora, pero ninguno de los dos pudo darse cuenta. En la radio sonaba because I´m happy[1] y su agradable y positiva melodía se mezclaba con el repetitivo y paranoico sonido de los cuatro intermitentes. Las marcas de neumático en el asfalto tenían forma de S. Solía conducir ella, sobre todo de noche, pero esa noche se encontraba demasiado cansada y le pidió a él que le hiciera el favor de conducir. Ahora ella, sentada en el asiento del copiloto, se miraba sus propias manos, posadas en los muslos y entrelazadas. Durante un largo rato no quiso levantar la cabeza. Él intentó pensar un por qué a lo que acababa de ocurrir. Primero se había quedado en estado de shock, mirando largamente al volante, sin decir ninguna palabra ni con la boca ni con la cabeza. Después le pareció inadmisible. Y finalmente le resultó preocupante. Llevaban más de quince años casados. Él intentó pensar en algo que hubiera dicho en la cena. Algo que había podido molestarle, pero no encontró nada. Sus corazones latían a un ritmo demasiado rápido, pero sus cuerpos y sus rostros parecían muertos. Mientras iban por la autovía, a ella le había sobrevenido un pensamiento intrusivo. Le había pasado más de una vez y, conversando con diferentes personas en diferentes momentos de su vida, había llegado a la conclusión de que no era algo extraño. Incluso había tenido esa conversación con su propio marido y habían reído porque era una situación que ambos habían experimentado. Pero esta vez ella lo había materializado. Había dado, sin previo aviso, un volantazo en plena autovía desde el asiento del copiloto. La maniobra de su marido, sorprendido, los había llevado hasta el arcén. El suelo de gravilla antideslizante los había salvado de una muerte segura. Ninguno de los dos escuchó los pitidos de otros coches. Ella se miraba las manos. Él no sabía que decir. La agradable temperatura dentro del coche, gracias a la calefacción, los sumió en un leve estado de letargo. Con la mirada perdida, ella salió del coche y volvió a entrar por una de las puertas de los asientos traseros. Se puso el cinturón y se tumbó sobre sus propios brazos. Él se frotó la cara y decidió que lo mejor era hablarlo todo en casa. El resto del trayecto lo hicieron en silencio. Él no volvería a conducir de noche jamás.



[1] Título de la canción: Happy.
Cantante: Pharrell Williams.
Álbum: GIRL.
Compositor:  Pharrell Williams.
Discográfica: Back Lot Music, Columbia.
Año: 2013.
Género musical: Neo Soul.


martes, 17 de septiembre de 2019

EMBECES LA BIDA NO ES COMO KEREMOS


Raúl y Rui se conocieron de casualidad una noche en la que uno de ellos vomitó y el otro volvía a casa. Por lo visto, Rui había hecho la clásica bomba de humo para recuperarse de sus desproporcionadas ingestas de alcohol. Al parecer, Raúl no lo estaba pasando muy bien y prefirió irse a su casa. Ambos convergieron en aquel sencillo banco de la plaza más turística de la ciudad. Aunque, a decir verdad, en la noche ya cerrada que nos ocupa en esta historia sólo existían, en las tenues y anaranjadas luces que mostraban tímidamente al mundo aquella histórica plaza, algunos tristes, algunos noctámbulos sin techo ni suerte y algún incompetente. Pero para ellos, tan solo fueron sombras de un mundo ajeno al suyo. Rui esbozó una última arcada junto al escupitajo clásico del final de una emesis y, con la mirada aún medio perdida e inspirando un trago largo de aire, encontró el rostro en borroso claroscuro de Raúl. Qué, dijo Rui. Nada; que si necesitas ayuda, respondió Raúl. ¿Y tú quién eres? ¿Yo? Da igual, necesitas ayuda o no. Rui, con el particular arrastre del habla de un individuo en intoxicación etílica lo volvió a mirar y espetó: siéntate y hablamos. Raúl se sentó. Ahora los ojos de Rui lo enfocaban mejor. Rui sintió una agradable sensación al poder descubrir unos pómulos deslumbrantemente atractivos. ¿Quién eres? Le volvió a preguntar. Pero entre ambas preguntas, léxicamente homónimas, había un tono particularmente homófono. Si la primera vez utilizó esta pregunta para que Raúl se sintiera rechazado, la segunda vez su tono pretendía penetrar en las instancias más recónditas de un humano con la guardia del alma baja a altas horas de la noche. Cuando la vista de Rui se zafó al fin de los vaivenes del mareo, durante un momento, supo que podía arrepentirse de todo lo que su ebria lengua dijera aquella noche. Raúl movía las piernas y contestó: yo soy Raúl. ¿Qué cosas esas del nombre, eh, Raúl? ¿Y por qué lo dices? Pues porque es una condena. Tú te llamas así, te llamarán así te pese o no, luchar contra tu nombre solo puede ser una forma de rebelión; alguien te exigirá un por qué. ¿Por qué te llamas Raúl? Pues porque mi padre, mi abuelo, mi bisabuelo, etc… se llamaban así. ¡Esa sí que es buena! Condena con agravantes. Condenado a llamarte como ellos porque cada uno se ha ido proyectando en el otro para que fuera igual que él… ¡empezando por el nombre! ¿Quién eres realmente, digo? ¡Es que… qué pregunta esa! ¿Debería respondérsela al primer borracho que me pregunte por la calle? Te diría que te la podrían contestar mejor las personas que me conocen, pero siento que te estaría mintiendo. ¿No lo saben? Claro que lo saben, pero la realidad, al menos la mía, es más compleja. La tuya y la de todos, supongo, Raúl. Sí, por supuesto, ya lo sé. Pues soy, soy… no sabría por donde empezar. La verdad que prefiero estar a ser. ¿Estar? Sí, por ejemplo, aquí contigo; me parece agradable y no sé por qué. Rui agachó la mirada y se sonrojó, pero Raúl, por culpa de la escasa luz, no pudo descubrir sus mejillas encendidas. ¿Si te insisto en la pregunta sentirás que te estoy agobiando? No, claro que no. La quiero contestar. Soy una persona con dudas. Ese quizá sea el comienzo. ¿De qué dudas? De todo un poco. Por lo tanto, también dudaré de ese quien que ocupa la parte central de la pregunta. Pero también dudo de que los demás sepan algo. Creo que ya se quien soy: soy los frutos inconexos de como los demás han moldeado lo que pudo haber sido. Esa es mi realidad. Soy muy poco de mí y mucho de los contextos y personas que me ha tocado vivir. ¿Y quieres ser eso? Pues claro que no. ¿Y qué vas a hacer? Supongo que deconstruirme y luchar contra mi mismo y mis conveniencias. ¡Anda, si ha leído a Derrida! Y Focault, respondió Raúl. Y a la Butler, replicó Rui. Pero también tengo miedo, eso me frena. Todos tenemos miedo, Raúl, y todos somos culpables. Me gusta tu cara, dijo Raúl. Y a mí tus pómulos. Preguntas cosas muy impertinentes, pero me gusta tu tono de voz; hace que quiera contestarlas. No tienes por qué contestarlas si no quieres. Pero sí quiero, a lo mejor así encuentro respuestas. Yo no las tengo. Ya, ni yo; sólo quiero acercarme a quien soy y tu presencia me invita a ello… ¿puedo tocarte el pelo? Rui volvió a sonreír nervioso y dijo: claro, como quieras. No sé, Raúl, ¿Quiénes somos? Pues dos desconocidos con dos realidades diferentes sentados en el mismo banco e interactuando entre sí. Eres guapo, se atrevió a decir Rui, y volvió a sentir que podía arrepentirse toda la vida de las palabras que dijera aquella noche. Raúl sonrió y le pasó dos dedos por la mejilla. Rui preguntó: ¿no te da miedo salir de fiesta maquillado? Puede ser, pero me atrevo más que en casa: ellos jamás me han visto así, siempre me hago el make up en casa de alguna amiga. Raúl preguntó: ¿lo ves normal? Rui dijo: me da asco la normalidad, es la más sutil de las dictaduras. Se te ve recuperado después de la raba que has echado. Rui sonrió, Lo que no sé es como has podido sentarte justo en frente de esta asquerosidad; ¿Tienes una poesía favorita? Sí, SALA DE ESPERA PARA MADRES IMPACIENTES, de Rosa Berbel. No la he leído. Pues es impresionante, acuérdate mañana. Estoy reventado, seguro que es de echar este pedazo de pota, dijo Rui. Te puedes recostar sobre mi hombro si quieres. Vale, dijo Rui y, al recostarse, con un bello gesto, Raúl le secó el sudor frío que se le había quedado impregnado en la frente a causa del esfuerzo. Rui levantó los ojos y cogió el cuello de Raúl con las dos manos. Ambos se rieron y juntaron sus labios con parsimonia. Los labios, cerrados al principio, se abrieron levemente y las manos, como las corazas de aquellos dos entes extraños habían quedado pacíficamente a un lado, llegaron por los muslos hasta la zona púbica. Allí, Raúl descubrió el cuerpo disidente que intuía. Cuando el largo beso terminó, los ojos cerrados hicieron que el mareo volviera a Rui y tuvo que inclinarse de nuevo. La mano de Raúl quedó en uno de sus muslos y preguntó: Bueno, ¿y tú quien eres? Yo soy Rui. ¿Rui? Sí, Rui. ¿Y que nombre es ese? Pues uno mejor que el tuyo: este lo he elegido yo. ¿Y que significa? Nada, pero es neutro y eso me gusta. Entonces Rui… ¿quién eres realmente? Cuando Rui se preparaba para dar una respuesta concienzuda a Raúl, observó como este tenía la mirada perdida. Al tratar de devolverlo con él, observó que no respondía a ninguno de sus estímulos. Rui pensó que si se trataba de una broma era demasiado pesada, pero, de repente, Raúl cayó del banco y se estampó la cara contra el suelo. Rui avisó, manteniendo la calma a pesar de la inaguantable ansiedad por la que estaba pasando, a la ambulancia. Cuando puso el flash de su móvil para socorrerlo o reanimarlo, el tono azul de la piel de Raúl le causó un miedo que jamás había experimentado antes y que jamás olvidaría. Cuando los rápidos servicios de urgencias llegaron, Raúl ya estaba muerto y fue imposible reanimarlo.   
En el hospital le dijeron que probablemente había sido un Síndrome de Brugada. Cuando se lo dijeron, los padres de Raúl estaban allí. Cuando les entregó las pertenencias que se habían desparramado en la caída: un colorete y las llaves de su casa, Rui les dijo: quiero que sepan que, al menos antes de irse, nos dimos el beso más bonito que recuerdo. Los padres de Raúl se miraron entre sollozos y confusión. Cuando identificaron el cuerpo, vieron el rostro azulado de su hijo maquillado por primera vez. Los padres de Raúl se miraron entre sollozos y confusión. Su padre pensó que mañana enterraría a un desconocido, pero se llevó a la tumba esa reflexión interior. Su madre se acercó a Rui y, entre sollozos y burguesa compostura, le comunicó que, si quería, se podía ir a dormir, que ya había hecho suficiente. Rui la abrazó y se fue. Cuando el sol levantino le dio en los ojos y una lágrima caía por su mejilla, pensó que hacía demasiado tiempo que no lloraba. Chupó el cigarro y con el humo de la calada apareció también una reflexión: a veces la vida no es como queremos. Y al visualizar un meme que contenía esa frase, sintió que no tenía escrúpulos. Eran las 9 de la mañana y una pequeña librería de barrio estaba abierta, pero Rui no conseguía recordar el nombre de la autora que Raúl le había recomendado.

sábado, 22 de junio de 2019

Smoke bomb

Y alrededor de la hora tercera, Rafaello exclamó a gran voz, diciendo: CARMA, CARMA, ¿LEMA SABACTANI? Esto es: CARMEN, CARMEN, ¿POR QUE ME HAS ABANDONADO?
Algunos de los que estaban allí, al oírlo, decían: Este llama a Satorre.
Y al instante, uno de ellos corrió, y tomando un kalimocho, lo empapó en tequila y mora, y poniéndole una pajita, le dio a beber.
Pero los otros dijeron: Deja, veamos si Satorre viene a emborracharle o es cierto que hizo bomba de humo.
Entonces Rafaello, clamando otra vez una arcada, exhaló el espíritu.
Y he aquí, el velo de Porrón se rasgó en dos, de arriba abajo, y Alambique tembló y La Parada y el Vhada se partieron;
y los sepulcros se abrieron, y los cuerpos de muchos bebedores de kalimocho con absenta que habían dormido resucitaron;
y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de Rafaello, entraron en las Cuatro Calles y le dieron palique a muchos.
Florín y los que estaban con él custodiando a Rafaello, cuando vieron el terremoto y las cosas que sucedían, se asustaron mucho, y dijeron: En verdad éste Salía de fiesta con Satorre.

lunes, 20 de mayo de 2019

Rendimientos del Trabajo

El contribuyente no está obligado a declarar
-Un plano secuencia de Orson Welles-
Señor, necesito la fecha de caducidad de
Su Documento Nacional de Identidad
-Los ojos en Ozu no se encuentran en el plano contraplano-
Casilla 475, base imponible general
-La intimidad de dos gitanas, por Arancha Echevarria-
Hay una disposición transitoria 4
Que reduce la tributación
De operaciones de seguro
-Un travelling de ida y vuelta, marca de la casa de Tarkovsky-
¿Vendió algo el año anterior?
Su ganancia patrimonial no está exenta,
-La ópera prima de Andrea Jaurrieta me recordó a David Lynch-
Los valores fiscales le fuerzan
Patrimonio
-Tuve que llamar a alguien especial tras Secretos y Mentiras de Mike Leigh-
Incrementos de deducción por guardería
-El monólogo final de la última de John Huston-
La vivienda habitual no tributa y
El préstamo vinculado a la hipoteca se deduce
Si es antes de 2013
-Bergman nos oculta la verdad de las hermanas y nos ofrece a Bach en su lugar-
Estimación objetiva por actividad
Agraria modular
Autónomo de pago fraccionado
Se deduce también los gastos de su actividad
-John Cassavetes improvisa una película-
Precálculo:
No existe nada extraño en la base
Imponible del ahorro
-Somos la desesperación de Luis XIV y las culpas son para Albert Serrá-
Preparada para listar
Leer declaración
Firmar y enviar
-A veces quiero ser una especie de legado de Buñuel-
Conforme
Soy un robot que ingresa datos de otra gente
Termina el día y sigo soñando
Con ser alguien que no tiene nada que ver
Con lo anterior

miércoles, 26 de diciembre de 2018

Eyacular como pretexto

Agarras mi sangre erguida
y portentosa
Hago yo lo mismo con la tuya
recreamos movimientos regulares
las frentes chocamos,
entre onomatopéyicos gemidos animales
comunicamos nuestras intenciones
(nos permitimos algún apunte sigiloso)
empezamos a atacarnos con vehemencia
nuestros músculos bucales
tratan de encontrar el punto débil,
juego de presiones
lamemos nuestros cuerpos
no queda ápice alguno de lamento
el desafiante silencio de tus ojos
aprieta los sinónimos,
tu calentura sabe lo que dice
«he venido a devorarte»
nuestra nívea viscosidad,
el exhalado estertor que
confesamos al caer muertos
depredadores empatados chocaron
sus frentes y lucharon por
hacer uno sus fuegos
«he venido a devorarte»
«ambos estábamos hambrientos»

domingo, 9 de septiembre de 2018

Ir.

Cuando llegué ya te habías ido. En el cine había poca gente, pues la película era de un húngaro llamado Bela Tarr y la mayoría consideró que sería algo aburrido. Tú ya habías llegado a tu destino, a la nueva vida; esto lo supuse. Yo lloraba por el primer plano del rostro de un hombre desvalido (que en ese caso no era yo), mientras tú hacías las paces con la lluvia.