martes, 17 de septiembre de 2019

EMBECES LA BIDA NO ES COMO KEREMOS


Raúl y Rui se conocieron de casualidad una noche en la que uno de ellos vomitó y el otro volvía a casa. Por lo visto, Rui había hecho la clásica bomba de humo para recuperarse de sus desproporcionadas ingestas de alcohol. Al parecer, Raúl no lo estaba pasando muy bien y prefirió irse a su casa. Ambos convergieron en aquel sencillo banco de la plaza más turística de la ciudad. Aunque, a decir verdad, en la noche ya cerrada que nos ocupa en esta historia sólo existían, en las tenues y anaranjadas luces que mostraban tímidamente al mundo aquella histórica plaza, algunos tristes, algunos noctámbulos sin techo ni suerte y algún incompetente. Pero para ellos, tan solo fueron sombras de un mundo ajeno al suyo. Rui esbozó una última arcada junto al escupitajo clásico del final de una emesis y, con la mirada aún medio perdida e inspirando un trago largo de aire, encontró el rostro en borroso claroscuro de Raúl. Qué, dijo Rui. Nada; que si necesitas ayuda, respondió Raúl. ¿Y tú quién eres? ¿Yo? Da igual, necesitas ayuda o no. Rui, con el particular arrastre del habla de un individuo en intoxicación etílica lo volvió a mirar y espetó: siéntate y hablamos. Raúl se sentó. Ahora los ojos de Rui lo enfocaban mejor. Rui sintió una agradable sensación al poder descubrir unos pómulos deslumbrantemente atractivos. ¿Quién eres? Le volvió a preguntar. Pero entre ambas preguntas, léxicamente homónimas, había un tono particularmente homófono. Si la primera vez utilizó esta pregunta para que Raúl se sintiera rechazado, la segunda vez su tono pretendía penetrar en las instancias más recónditas de un humano con la guardia del alma baja a altas horas de la noche. Cuando la vista de Rui se zafó al fin de los vaivenes del mareo, durante un momento, supo que podía arrepentirse de todo lo que su ebria lengua dijera aquella noche. Raúl movía las piernas y contestó: yo soy Raúl. ¿Qué cosas esas del nombre, eh, Raúl? ¿Y por qué lo dices? Pues porque es una condena. Tú te llamas así, te llamarán así te pese o no, luchar contra tu nombre solo puede ser una forma de rebelión; alguien te exigirá un por qué. ¿Por qué te llamas Raúl? Pues porque mi padre, mi abuelo, mi bisabuelo, etc… se llamaban así. ¡Esa sí que es buena! Condena con agravantes. Condenado a llamarte como ellos porque cada uno se ha ido proyectando en el otro para que fuera igual que él… ¡empezando por el nombre! ¿Quién eres realmente, digo? ¡Es que… qué pregunta esa! ¿Debería respondérsela al primer borracho que me pregunte por la calle? Te diría que te la podrían contestar mejor las personas que me conocen, pero siento que te estaría mintiendo. ¿No lo saben? Claro que lo saben, pero la realidad, al menos la mía, es más compleja. La tuya y la de todos, supongo, Raúl. Sí, por supuesto, ya lo sé. Pues soy, soy… no sabría por donde empezar. La verdad que prefiero estar a ser. ¿Estar? Sí, por ejemplo, aquí contigo; me parece agradable y no sé por qué. Rui agachó la mirada y se sonrojó, pero Raúl, por culpa de la escasa luz, no pudo descubrir sus mejillas encendidas. ¿Si te insisto en la pregunta sentirás que te estoy agobiando? No, claro que no. La quiero contestar. Soy una persona con dudas. Ese quizá sea el comienzo. ¿De qué dudas? De todo un poco. Por lo tanto, también dudaré de ese quien que ocupa la parte central de la pregunta. Pero también dudo de que los demás sepan algo. Creo que ya se quien soy: soy los frutos inconexos de como los demás han moldeado lo que pudo haber sido. Esa es mi realidad. Soy muy poco de mí y mucho de los contextos y personas que me ha tocado vivir. ¿Y quieres ser eso? Pues claro que no. ¿Y qué vas a hacer? Supongo que deconstruirme y luchar contra mi mismo y mis conveniencias. ¡Anda, si ha leído a Derrida! Y Focault, respondió Raúl. Y a la Butler, replicó Rui. Pero también tengo miedo, eso me frena. Todos tenemos miedo, Raúl, y todos somos culpables. Me gusta tu cara, dijo Raúl. Y a mí tus pómulos. Preguntas cosas muy impertinentes, pero me gusta tu tono de voz; hace que quiera contestarlas. No tienes por qué contestarlas si no quieres. Pero sí quiero, a lo mejor así encuentro respuestas. Yo no las tengo. Ya, ni yo; sólo quiero acercarme a quien soy y tu presencia me invita a ello… ¿puedo tocarte el pelo? Rui volvió a sonreír nervioso y dijo: claro, como quieras. No sé, Raúl, ¿Quiénes somos? Pues dos desconocidos con dos realidades diferentes sentados en el mismo banco e interactuando entre sí. Eres guapo, se atrevió a decir Rui, y volvió a sentir que podía arrepentirse toda la vida de las palabras que dijera aquella noche. Raúl sonrió y le pasó dos dedos por la mejilla. Rui preguntó: ¿no te da miedo salir de fiesta maquillado? Puede ser, pero me atrevo más que en casa: ellos jamás me han visto así, siempre me hago el make up en casa de alguna amiga. Raúl preguntó: ¿lo ves normal? Rui dijo: me da asco la normalidad, es la más sutil de las dictaduras. Se te ve recuperado después de la raba que has echado. Rui sonrió, Lo que no sé es como has podido sentarte justo en frente de esta asquerosidad; ¿Tienes una poesía favorita? Sí, SALA DE ESPERA PARA MADRES IMPACIENTES, de Rosa Berbel. No la he leído. Pues es impresionante, acuérdate mañana. Estoy reventado, seguro que es de echar este pedazo de pota, dijo Rui. Te puedes recostar sobre mi hombro si quieres. Vale, dijo Rui y, al recostarse, con un bello gesto, Raúl le secó el sudor frío que se le había quedado impregnado en la frente a causa del esfuerzo. Rui levantó los ojos y cogió el cuello de Raúl con las dos manos. Ambos se rieron y juntaron sus labios con parsimonia. Los labios, cerrados al principio, se abrieron levemente y las manos, como las corazas de aquellos dos entes extraños habían quedado pacíficamente a un lado, llegaron por los muslos hasta la zona púbica. Allí, Raúl descubrió el cuerpo disidente que intuía. Cuando el largo beso terminó, los ojos cerrados hicieron que el mareo volviera a Rui y tuvo que inclinarse de nuevo. La mano de Raúl quedó en uno de sus muslos y preguntó: Bueno, ¿y tú quien eres? Yo soy Rui. ¿Rui? Sí, Rui. ¿Y que nombre es ese? Pues uno mejor que el tuyo: este lo he elegido yo. ¿Y que significa? Nada, pero es neutro y eso me gusta. Entonces Rui… ¿quién eres realmente? Cuando Rui se preparaba para dar una respuesta concienzuda a Raúl, observó como este tenía la mirada perdida. Al tratar de devolverlo con él, observó que no respondía a ninguno de sus estímulos. Rui pensó que si se trataba de una broma era demasiado pesada, pero, de repente, Raúl cayó del banco y se estampó la cara contra el suelo. Rui avisó, manteniendo la calma a pesar de la inaguantable ansiedad por la que estaba pasando, a la ambulancia. Cuando puso el flash de su móvil para socorrerlo o reanimarlo, el tono azul de la piel de Raúl le causó un miedo que jamás había experimentado antes y que jamás olvidaría. Cuando los rápidos servicios de urgencias llegaron, Raúl ya estaba muerto y fue imposible reanimarlo.   
En el hospital le dijeron que probablemente había sido un Síndrome de Brugada. Cuando se lo dijeron, los padres de Raúl estaban allí. Cuando les entregó las pertenencias que se habían desparramado en la caída: un colorete y las llaves de su casa, Rui les dijo: quiero que sepan que, al menos antes de irse, nos dimos el beso más bonito que recuerdo. Los padres de Raúl se miraron entre sollozos y confusión. Cuando identificaron el cuerpo, vieron el rostro azulado de su hijo maquillado por primera vez. Los padres de Raúl se miraron entre sollozos y confusión. Su padre pensó que mañana enterraría a un desconocido, pero se llevó a la tumba esa reflexión interior. Su madre se acercó a Rui y, entre sollozos y burguesa compostura, le comunicó que, si quería, se podía ir a dormir, que ya había hecho suficiente. Rui la abrazó y se fue. Cuando el sol levantino le dio en los ojos y una lágrima caía por su mejilla, pensó que hacía demasiado tiempo que no lloraba. Chupó el cigarro y con el humo de la calada apareció también una reflexión: a veces la vida no es como queremos. Y al visualizar un meme que contenía esa frase, sintió que no tenía escrúpulos. Eran las 9 de la mañana y una pequeña librería de barrio estaba abierta, pero Rui no conseguía recordar el nombre de la autora que Raúl le había recomendado.