lunes, 7 de mayo de 2018

***r

Nunca supe escribir este poema
Quizá por aquello que tú dices:
En realidad no sé nada de mí mismo
Aún así hoy advierto que,
Aunque parezca irrelevante,
El ridículo juega un papel
De suma importancia
En tu vida y en la mía
Cuando están entrelazadas

Cómo podría explicarme,
Sin caer en el exceso de intensidad
Que tanto odio cuando escribo.
Supongo,
He de recordarte
Que soy esa clase de persona
Que no puede dormirse algunos días
Hasta que cae la madrugada
Porque le vienen a la mente
Hechos estúpidos
De los que fue partícipe
Hace tiempo

Por eso me resulta incongruente y,
A la vez,
Medida en que te quiero
La actitud infantil que tomo
Tantas veces
Frente a ti,
Cuando te hablo como un niño
O cuando al estirar los brazos
Sacudo las manos
Deseando que me abraces
Y que este actuar
Pueril y extraño
No suponga en mis intrínsecos
Análisis
La alteración de mi ritmo cardíaco
Como tantas nimiedades,
Con seguridad menos estúpidas,
Suponen a lo largo de mis días
Una respiración forzada.
También puedo decir:
Que prefiero que seas tú el que
Al tumbarnos
Con los brazos me rodeé
Que sea yo, por conclusión,
Quién quede recostado sobre el pecho,
Queriendo protección,
Aunque veces al ritmo
De tu pulso sopese
Tu ansiedad y eso diga
Más de la mía que de la tuya.

domingo, 6 de mayo de 2018

Divagaciones sobre un retraso.

Carmen Satorre posó las manos a la inversa sobre sus riñones y exclamó un suspiro. Ver a aquella vieja fiestera embutida en un camisón de pre-mamá me hacía especial gracia: el gesto de las manos en los riñones combinado con aquel camisón azul y adornado de patitos amarillos le hacía parecerse a una auténtica señora de pueblo.
Cuando los seis hombres y dos patos que tenían más probabilidades de ser el verdadero padre rechazaron de facto la paternidad, La Eva, Durduguita y yo decidimos, en un acto de atroz locura, criar al bebé (junto con su orgullosa madre) con lo mejor de cada cual.
Supongo que lo peor del embarazo fueron los antojazos de chorizo por los que pasó Satorre, convertida durante toda la gestación en una madre embrutecida por culpa del cambio hormonal. Me refiero, con esto, a aquellos momentos en los que, a sabiendas de su embrutecimiento, con la mayor calma posible, le pedía que si Por Favor Cuando Le Viniera El Regustazo No Me Lo Echara En La Cara Como Las Cinco Veces Anteriores, a lo que solía responder con un codazo en el pecho y elucubrando que yo tenía un plan para dar a su retoño en adopción porque no la consideraba  una buena madre.
El contraluz desde el ventanal hace de una Satorre recostada sobre sus propias manos una fotografía bellísima. Que justo en ese momento una masa gelatinosa se le haya caído del coño, para alguien ciertamente escrupuloso como yo, es un poco asqueroso. Asquerosamente bello, supongo. Satorre se ha limitado a gritar mirando hacía sus propias aguas mientras torcía las rodillas como una polluela desvalida. La Eva dice: ¿Nena es real? Yo estoy profundamente callado, sin saber que hacer, a la espera de recibir alguna orden concreta proveniente de un grito de Durduguita. Creo que llegué al hospital en taxi, pero la situación me está superando. Satorre está tumbada en una camilla y delirando, alguien dice, Tu eres el padre, ¿No? Entra. Digo, ¿Qué? Y las cuatro manos detrás de mí me empujan hacia dentro. Tengo que respirar, pienso. Le daré la mano. Satorre sopla y sopla, gime con dolor y, apretando mi mano derecha con fuerza desmedida, tira de mí y me suelta un puñetazo con la mano libre. De repente ese hedor de nuevo. Ese dulzor asqueroso que me provoca arcadas. Todo, justo cuando el bebé emerge de ese coñazo inmenso que se le queda a una madre tras parir. ¿Qué es? ¿A qué me recuerda? ¿Por qué este niño suelta este hedor tan asquerosamente familiar? Una matrona estuvo de Erasmus en Polonia y dice, Nunca había visto una placenta hecha tan solo de Soplica de Avellanas.
Alguien dice mientras entran a la sala: Nena, que mi madre al final se ha tirado a Chxx(ilegible)ro.