domingo, 3 de junio de 2012

Promesas.

La calle era angosta, oscura, y podía percatarme del abrigo de miradas que me inundaban sin pudor alguno. Estaba allí por ella. Por la promesa que hizo. Por la promesa que hice. El tiempo parecía no transcurrir nunca. Confuso por no saber si ella llegaba tarde o si yo estaba allí muy pronto. Esperé una eternidad de minutos, infinidad de segundos que invadían mi alma de nerviosismo puro. Ella nunca llegó. Caían los primeros rayos del alba sobre mi más sentida tristeza, cuando destrozado por aquella promesa que había sido destrozada, encontré en el vestíbulo una epístola que rezaba: "Siento que no pueda ser así". No comprendía nada, con la mano trémula alcancé la carta y la leí.
       "Como habrás descubierto, no llegué a esa cita que tanto deseabas, por favor, todo he de explicártelo, pero debe ser en la parada del tren, pues me voy. No sin antes despedirme. Ven. Juro que estaré allí"
¿Podía fiarme de nuevo? Ya había soportado el primer envite y no quería ser víctima de otro embeleco como el que había sufrido. Pero no era la razón la que en ese momento dictaba mis actos. Aún con lágrimas de rabia en los ojos salí hacia la estación. Llegué jadeando, al borde de la asfixia. Postrada en aquel banco vi como su lacio pelo refulgía en aquella soleada tarde. La llamé con un sutil toque en el hombro. Se levantó y me miró. Sus ojos expresaban un miedo infundado. En un principio me trató de forma foránea. Luego me miró fijamente, con fuerza y comenzó:
-Tienes que dejar de quererme.
Esbocé una sonrisa.
-No se puede hacer eso...
-¿No te das cuenta? Me voy.
-Adónde. Si me lo dijeras podría acompañarte.
-El sitio al que voy no es el tuyo.
-Dime por qué te vas. -Suplicaba una explicación que no conseguía.
-No eres tú, es todo. Es la vida. Estoy cansada de ella. Quiero cambiar.
-Déjame cambiar contigo. -Mis súplicas comenzaban a convertirse en rabia.
-Deja de quererme, es todo. Me voy. -Un tren silbaba a lo lejos. -No me sigas hasta ese tren. Haz que desaparezca de tu mente.
-No, yo no quiero eso.
-Lo siento... -La lágrima que al final no pudo contener corría su maquillaje. -Adiós.
Me besó y emprendió el camino hasta el tren. Me quedé petrificado, viendo como se esfumaba. El tren no frenaba hasta unos metros después, pero ella no se detuvo a esperarlo, se arrojó a las vías y subió a un tren que sólo ella supo a dónde le llevaba. Un sitio que jamás en mi vida podría descifrar.
               "Juré que nunca la olvidaría, y lo prometido, es deuda"
                        

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