lunes, 6 de febrero de 2012

Segunda Noche


Reconocí, al amanecer de aquella primera noche, su bella espalda dibujada frente a mí con una perfecta silueta que me alejó de la realidad y me transportó a un sinfín de sueños, que pasaban en menos de un segundo mientras yo permanecía despierto. Se levantó y dejo caer la fina sabana que llevaba, a la vista quedó nada más que ella, al completo. Aun hoy me gusta pensar que esa reacción fue causa de que no se daba cuenta de que seguía sumergida en mis aposentos, tragada por mi alcoba.
El sirviente, del que no me importa el nombre, nos trajo una bandeja repleta de fruta.
—Para el señor… y la señora —dijo
Ella, al notar mi presencia, más que soberana, y la del criado dio media vuelta y, acrobáticamente recogió  a la sabana defensora de sus carnes.
— ¿Qué vas a hacer ahora? —pregunté, con una delicada voz
— ¿Qué debo hacer? Esa es la principal pregunta. Podría quedarme, sí, pero quien soy yo para pasar en veinticuatro horas de simple doncella a marquesa.
— ¿Qué quién eres? Eres la mujer más bella que conozco, tanto por fuera como por dentro. —dije mientras acariciaba su finísima espalda.
No respondió, tan solo besó mi frente y salió a explorar mi inmensa casa, fue por los jardines, por los patios interiores, recorrió una infinidad de pasillos, algunos de los cuales yo me había olvidado. Miraba atónita a todo lo que allí se encontraba.
—Esto es un sueño. —suspiró
—Si esto es un sueño, por favor, mantenme dormido.
Horas después, mientras se disponía a cambiarse, besé su cuello y cogí de los extremos de las mangas del vestido y las bajé suavemente, hasta desnudarla. Me disparó una mirada felina y se lanzó, como una pantera hacia mí. La mujer que otrora fuese una simple doncella de Casas Reales, ahora se encontraba en mi alcoba, con sus nalgas descansando en mi pelvis, como muchas nobles puritanas hasta entonces hicieron en su día, pero, acababa de comprender que ella debía ser la única, la dueña de esa cálida alcoba de la que se exhalaban gritos de pasión.

                                 ‘Muchas veces después, me plantee y creeréis que me falta cordura, si ella era una simple Diosa griega que había bajado a luchar en la guerra de mis sabanas’.
                                                      Dedicado a Ernesto y Diego. Grandes

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